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Actualidad: Los Niños Invisibles

En Chile hay más de mil niños que están en la calle. Niños que acarrean años de vulneraciones a sus derechos más básicos, y cuya gran mayoría tiene problemas de drogas o sufren trastornos psiquiátricos. Niños que rebotan en una red de protección que hoy no tiene soluciones adecuadas para ellos. Aquí, las ausencias, faltas y luces de un sistema donde por ahora no todos los niños tienen cabida.

Por María Paz Cuevas, El Mercurio.

"Tiene una visita", le dijo su secretaria una mañana de principios de este año al juez de un tribunal de familia de Santiago. El juez no tenía citas. Pero dejó de lado el teclado de su computador y esperó.

Entonces la vio entrar: la niña de 12 años, de pelo largo, pantalones sucios, zapatos gastados que vivía desde que tenía diez años en la calle, deambulando por distintas caletas del río Mapocho y que él había tenido en distintas causas de protección en su tribunal.

La niña que saltaba de un hogar a otro, volvía a la calle, era buscada por Carabineros, entraba a programas del Sename, se escapaba y volvía a la calle.

El juez le hizo una seña para que entrara. La chica le sonrió tímida y se sentó al frente de su escritorio. Empinándose por la mesa, le dijo al juez que venía a pedirle un favor.

-¿Un favor?, le preguntó él.

-Sí. ¿Sabe? Me aburrí de vivir en la calle. Quiero vivir en una casa. ¿Usted me ayuda a conseguir una?
El juez de familia se sintió descorazonado. Como la mayoría de las veces, supo que tendría que hacer malabares.

Llamadas a Sename, a organizaciones, fundaciones, consultorios. Apelar a buenas voluntades hasta que finalmente pudo derivar a la niña a un hogar. Pocos meses más tarde, supo que la chica estaba otra vez en la calle, sin casa.

El juez entonces, en un momento de confianza, le dijo a su colega Mónica Jeldres, jueza del segundo tribunal de familia de Santiago: "¿Valdrá la pena hacerles el camino más largo, tomarlos, tratar de insertarlos dentro del sistema para que vuelvan al mismo lugar? ¿No será para causarles más daño nada más?".

La jueza Jeldres ya había tenido esas dudas otras veces. Después de trabajar casi cinco años en un juzgado de familia resolviendo temas de protección con niños abandonados, consumidores de drogas, que habían dejado de ir al colegio, con padres negligentes o maltratadores, sabía de memoria que en ciertos casos muy complejos simplemente no había mucho que hacer.

-Para chicos con problemas de consumo abusivo y patologías psiquiátricas faltan unidades especiales de cuidado donde una pueda ingresarlos inmediatamente. Yo sueño con que esos lugares existan -dice la jueza. Como el chiquito de diez años que hacía pocos días había llegado hasta su tribunal porque se había quemado gran parte del rostro inhalando tolueno en la calle. El niño fue tratado en un hospital, pero después de eso la jueza no sabía adónde había ido a parar.

Para esos niños, las posibilidades de rescate son insuficientes. Ellos son los pequeños que hoy no caben dentro del sistema de protección de manera adecuada.

Niños invisibles que están en la calle o rebotan de un centro a otro y que no se sabe muy bien cuántos son: según un estudio de la Asociación Chilena de Naciones Unidas (Achnu) de 2003, en Chile hay más de mil niños en la calle.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Universidad Arcis, tres mil 700 niños son víctimas de explotación sexual. Ahora, el Sename tiene a 11 mil niños en programas de intervención especializados y a cuatro mil en sus residencias.

En total, se calcula que en Chile hay 31 mil menores en situación de alta complejidad. Y muchos de ellos, por ahora, no tienen un espacio o el tratamiento que realmente necesitan para salir adelante.

Las Fallas del Sistema

Un grupo de chicos con polerones y zapatillas de colores, con jockeys, algunos escuchando música con audífonos puestos, atraviesan el Parque de los Reyes detrás de la Estación Mapocho hasta las canchas de fútbol.

Son dos chicas y cuatro chicos de entre 14 y 18 años que viven en la ribera del río Mapocho, en una caleta bajo uno de los puentes en Recoleta. Vienen con uno de los monitores del programa especial de calle de la Asociación Chilena de Naciones Unidas, Achnu, de Recoleta, que los invitó a jugar a la pelota.

Una de las chicas cojea porque tiene una herida en una pierna: se cayó subiendo desde el río al puente hace unos días. Tiene un hijo que ahora cuida su madre. El papá de su guagua está preso, mientras ella vive al día en la calle, pidiendo monedas afuera de la Estación Mapocho para comer y a veces, comprarle pañales a su hijo.

Ahora escucha reggaetón en un mp3 que le regalaron. Los demás se sientan en el piso de tierra y empiezan a ponerse zapatillas para jugar, mientras el monitor de la Achnu pide las llaves de la cancha que se consiguió.

Los chicos esperan en el suelo. Sonríen poco y vienen por primera vez a alguna actividad a la que los invitaron para pasarlo bien. Nunca antes los habían invitado a eso, a pasarla bien.

Y ésa es una de las preguntas que más se hace Ivonne Fernández, psicóloga y consejera técnica del juzgado de familia de San Miguel desde hace cinco años: dónde están los organismos comunitarios, parte o no del sistema estatal, que pueden ayudar a un niño apenas muestra algún indicio de problemas a futuro.

Dónde están los consultorios, las juntas de vecinos, las escuelas, los sacerdotes o los grupos de scout antes de que una mamá tenga que llegar a tribunales pidiendo ayuda porque su hijo dejó el colegio hace dos años y consume marihuana.

-Pasa en Chile que la gente no conoce los recursos que tiene en sus comunidades, o si ha recurrido a ellos, ha tenido malas respuestas. Por ejemplo, fueron al psicólogo del consultorio, pero él les dijo que el niño era más inquieto, pero normal, en vez de derivarlo a un programa preventivo. Entonces cuando llegan al sistema de justicia, lo hacen con múltiples vulneraciones. Ésos son los niños que el sistema intenta expulsar después, los chicos que muchas veces terminan en la calle consumiendo droga -explica Ivonne.

Eduardo Pando, director de Achnu, asociación que trabaja, entre otras cosas, con niños que están en la calle, también siente que el Estado se hace cargo demasiado tarde de los pequeños que han sufrido desprotección.

-El Sename reacciona y actúa con niños gravemente vulnerados en sus derechos, es decir, con niños que ya acarrean grandes problemas. La institucionalidad está pensada para responder cuando la vulnerabilidad ya ha ocurrido. No promueve ni protege derechos. Al Estado le interesa ponerles yesos a las piernas que se han roto, pero no enseñar a caminar.

El resultado de eso lo ve todas las mañanas en su oficina Francisco Estrada, el director del Sename. Cada día amanece con nuevos informes sobre Cristóbal, más conocido como El Cisarro, el chico que con 11 años ya cometió 16 delitos y ahora está en un centro del Sename en Valparaíso, con un par de horas de psiquiatra.

La oferta del Sename consiste en eso: programas de intervención especializados, pero ambulatorios para niños que consumen drogas o con problemas psiquiátricos, y sus residencias.

Algo que resulta escaso para lo que hace falta hoy: según un estudio de la Unicef, el perfil de los niños que protege el Sename cambió radicalmente en los últimos cinco años.

-Ahora son chicos mucho más violentos, más abandonados, más abusados sexualmente. Todos los programas del Sename fueron diseñados para niños con otra lógica, pero ahora tenemos más complejidades. Para niños con problemas de salud mental o adicciones el tema es crítico. Nosotros no podemos hacernos cargo de ellos. Esos niños requieren de equipos multidisciplinarios altamente calificados que el Sename no tiene. Al Sename le ha tocado trabajar en solitario, y además hay muchas expectativas de lo que tenemos que hacer. Pero no puedes solucionar un montón de problemas sociales con los pocos recursos con los que contamos. Una ley de protección de la infancia y adolescencia debiera ser una ley social a la cual se sumen distintos sectores como el Ministerio de Salud, el de Educación, el Conace y otros -explica Estrada.

Hace pocas semanas, después de una mesa de trabajo que se formó con jueces de familia de Santiago, el Sename y el Ministerio de Justicia, se logró que el Ministerio de Salud se comprometiera a colaborar en estos casos.

Pero hasta ahora, todo depende de la voluntad de otros servicios públicos. El Sename no puede obligarlos a que se hagan cargo de ciertos casos. Tampoco los tribunales de justicia.

"A veces tengo a un niño que requiere ayuda porque tiene algún trastorno psiquiátrico. Le digo al Sename que se haga responsable y responde que no tiene a los especialistas, que el caso le corresponde a Salud. Y Salud, no responde", cuenta la jueza Jeldres.

Ahí, en los tribunales de familia de Santiago avanzaron en otro tema que atrasaba las resoluciones judiciales un año y más: revisaron más de ocho mil sentencias y lograron que los diagnósticos al menos lleguen a tiempo para las audiencias por causas de protección de menores.

Pero aún los programas especializados del Sename para tratar con niños con adicciones tienen una espera de un año. "Y en un año, un niño que ya empezó a consumir, empeora muchísimo", explica la jueza.

En el juzgado de familia de San Miguel, Ivonne Fernández ha visto miles de estas situaciones.

Es tanta la impotencia que a veces, cuando vuelve un niño por enésima vez al tribunal con recursos de protección y por enésima vez no hay dónde derivarlo, quienes ahí trabajan se preguntan para callado cuánto le falta para cumplir los 18 años.

"Es así de dramático. Se buscan soluciones a puro ingenio, haciendo lobby. Hay asistentes sociales súper jugadas que lo intentan, tocan todas las puertas y les va mal. En este país faltan centros y equipos profesionales especializados para abordar estos casos", explica.

Los profesionales de la ONG Raíces, que trabajan con niños víctimas de explotación sexual, también se encuentran con este problema: que los niños que intentan sacar de este ciclo y darles herramientas para un futuro autónomo no reciben atención en salud y tampoco quieren ser recibidos por las escuelas.

La mayoría de ellos han sido expulsados una y otra vez de colegios, a pesar de que en teoría las escuelas no pueden expulsar a ningún alumno.

"No creo que la solución pase por plata. Se trata de buena coordinación entre los organismos y de cambiar cómo tratamos a nuestros niños. Pero si el Sename depende del Ministerio de Justicia, eso te dice mucho: ¡Nuestros niños no son delincuentes, pues! ¡Son niños! La misma sociedad cree que porque están en la calle es culpa de ellos, pero un niño no opta por algo así. Para que esté en eso, tiene que haber sido vulnerado en múltiples ocasiones. Son niños que han sido abandonados desde mucho tiempo antes", dice Denisse Araya, directora de Raíces.

A pesar de que lleva años trabajando en Achnu, a Eduardo Pando todavía lo conmueve cuando los niños de la calle con quienes la asociación trabaja en programas de intervención le dicen que se imaginan el futuro con condenas, sin haber terminado el colegio y las niñas, con guaguas y solas porque sus parejas las habrán abandonado o estarán en la cárcel.

-Así se imaginan porque ése es el futuro que les estamos dando. Acá los niños no son sujetos de derecho, sino que son cosas. Y cosas peligrosas. Ésa es la lógica de la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente, una ley de persecución criminal. Cuando empecemos a vincularnos con los niños a partir del respeto y no como seres peligrosos, las cosas serán distintas. Pero por ahora ellos mismos perciben a las instituciones que se suponen los protegen como castigadoras.

Por eso la mayoría de los niños con los que ha trabajado en la calle -el chico que un buen día volvió a su casa y se encontró con un candado en la puerta, porque su familia completa se había ido al sur sin él; los chicos que se han agrupado en mediaguas de campamento con otros pequeños porque en la casa los golpean o sus padres son alcohólicos o drogadictos, los niños que hace años no van al colegio porque de ahí los han echado por ser un "cacho" , este mismo grupo que hoy va a jugar a la pelota en el Parque de los Reyes, para luego volver a la caleta del Mapocho donde viven- le dicen siempre:

-Si a mí me agarra el Sename, tío, y me mete a un hogar, yo me arranco al tiro de allí.

El Vínculo del Amor

Sentados en el suelo, los chicos esperan al tío que fue a pedir las llaves de la cancha del Parque de los Reyes.

Otra monitora de Achnu está con ellos y les mete conversa. Una chica le cuenta que hace unos días, un "tío buena onda" le tiró una chaqueta hacia el río. La quiere entallar, para que no le quede tan grande.

Otro de ellos le dice: "Tía, ¿por qué no le escribe al Viejito Pascuero?". "¿Y qué quieres pedirle?", le pregunta ella. Antes de que alcance a contestar, una de las chicas dice: "Una casa poh". Todos se ríen. Debajo del puente, se han convertido en una familia. Y aunque se echan bromas, se cuidan entre sí. Con las zapatillas puestas, entran a una de las canchas enrejadas de pasto sintético. El monitor con un pie sobre la pelota les dice: "Acá lo vamos a pasar bien.

Lo único es respetarnos entre todos, ¿vale?". El juego empieza. Todos son buenos para la pelota. Hasta la chica que anda con la chaqueta enorme que le lanzaron hacia el río.

Ésta es una parte del engranaje del programa de calle que realiza Achnu financiado por Sename. Porque efectivamente Sename tiene algunos programas de intervención para niños con adicciones, que están en la calle o tienen patologías psiquiátricas. Pero son escasos.

Algo que en la práctica se ha visto que no mejora la calidad de vida de los chicos. Todos los expertos en temas de infancia coinciden en que pueden sacarlos adelante, pero con equipos especializados, profesionales como profesores, psicólogos, psiquiatras, terapeutas ocupacionales y, sobre todo, con un tutor por un niño. Alguien con quien el niño se sienta querido y cuidado.

Quienes trabajan de esa manera hoy en Chile con niños extremadamente vulnerados son fundaciones o asociaciones sin fines de lucro como Achnu y la ONG Raíces. Ahí trabajan con los chicos con tutores y durante más tiempo que un año.

-Nosotros estamos de verdad en la calle con los niños. Si te toca una intervención en la cuneta, la haces ahí. El vínculo es central acá, los chicos viven en la desconfianza, han sido rechazados muchas veces. Por eso trabajamos con el vínculo, el grupo, la mística que hay en él -explica Denisse Araya, de Raíces.

Y obtienen logros. Hace poco uno de los profesionales del programa de calle de Achnu, se encontró con un chico que había pasado por el programa, convertido en un hombre y con uniforme de marino. Le contó que después del programa, había salido adelante, trabajado, que estaba casado y ahora era parte de la institución. En Raíces también han tenido avances importantes con chicos que estaban en el más absoluto desamparo.

Denisse Araya recuerda a un niño que estuvo durante cuatro años en el programa de calle de ellos, porque había sido abusado sexualmente por un psiquiatra durante largos años, y que ahora tiene casa, mujer e hijos.

También por Raíces pasó una niña que desde pequeña había pasado por tribunales de familia una y otra vez: cuando niña, porque sus papás la habían vendido; después, porque estaba abandonada.

Más grande, por problemas de consumo de drogas y explotación sexual. Mientras más pasaba el tiempo, más grave era su situación. Hasta que llegó a Raíces y después de una larga estadía en un programa, la joven dejó el consumo de drogas y la explotación sexual. Ahora trabaja y cada tanto va a ver a sus "tíos" de la ONG. Raíces también realiza una obra de teatro con los niños a quienes protege cada año. Y los resultados han sido asombrosos.

-Se pueden lograr cosas con ellos. Los cabros no son tarados ni malos. Hay que creer en ellos y ellos tienen que creer en ti. Para eso, hay que ser incondicionales, estar ahí. No aplaudirles cuando se mandan un condoro, pero no abandonarlos. Hay que decirles que están, no que son. Hoy estuviste un desastre, no eres un desastre. Y resultan las intervenciones, eso es una satisfacción inmensa -dice Denisse Araya.

En una banca de madera del Parque de los Reyes, los chicos recién duchados en los camarines del lugar se sientan y se hacen un pan con mortadela que les llevaron los monitores de Achnu.

Toman bebidas y se abrigan después de haber jugado fútbol durante una hora. Una estornuda y estornuda. "Parece que me resfrié, tía, porque en el río me baño con agua helá en las mañanas. Si no voy a andar ná cochina, poh". Los demás, comen el pan con ganas. El monitor los invita para la otra semana a jugar a la pelota. "Les recuerdo, otra vez, que el otro jueves nos encontramos acá mismo. ¿Vienen?". Algunos dicen que sí. Otros lo dudan. Todos se despiden de los monitores y empiezan a caminar por la ribera del río hacia la caleta donde duermen en Recoleta.

Según Francisco Estrada, director del Sename, ahora los niños que atienden son más violentos, más vunerables, más abusados, más abandonados.